¡Ay, las suegras, amadas y odiadas y protagonistas de miles de chistes crueles! Es verdad que la palabra de por sí ya es fea, seguramente el que la puso no se llevaba bien con la suya y lo hizo a mala leche.
He de decir que cuando la vio, la encantó. No se si por la taza en sí o porque se la dieron sus nietos. Lo cierto es que cada día la utiliza para tomar su café.
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